Cuando Otaiza caminaba por los pasillos del Inces

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** De su propia voz y con ojos profundos y lejanos relató cómo fue que después de haber estado muerto por unas horas volvió a la vida

 

LONGINA TOVAR / Foto LT

Con su atlética delgadez y rostro extremadamente sobrio, llegó Eliécer Otaiza un medio día al comedor del Inces Sede. Los trabajadores lo veían y comentaban entre ellos (Internet apenas nacía) que aquel hombre que acababa de entrar era el nuevo presidente del Inces; y tras la breve biografía la pregunta: ¿Qué funciones vendrá a cumplir aquí, a una institución dedicada a la formación, un exdirector de la DISIP?

 

A los pocos días de aparecer publicada en Gaceta Oficial la designación de Eliécer Otaiza como titular del Inces, la respuesta se reveló. Otaiza encabezaba lo que para muchos venezolanos, y para todos los trabajadores del Inces, fue la misión social más hermosa y noble de todas las impulsadas por el Gobierno Bolivariano: la Misión Robinson.

 

Desde entonces no era extraordinario verlo caminar por los pasillos de la institución, con arma en funda, preguntando a los trabajadores por sus funciones y procesos.

 

Una tarde, casi noche, convocó a todos los trabajadores de la oficina de comunicación. Desenfundó su arma, sin violencia, la puso sobre una especie de mesa improvisada que había en la oficina, y dijo:

 

“Ustedes son los comunicadores. Los que llevan y traen las noticias. Yo les voy a contar lo que me pasó a mí para que se lo cuenten a todo el mundo, y ver si así la gente se dedica a trabajar más y a hablar menos pendejadas”.

 

De su propia voz y con ojos profundos y lejanos relató cómo fue que después de haber estado muerto por unas horas volvió a la vida. En la intentona golpista del 27 de noviembre de 1992, Eliécer Otaiza fue alcanzado por cuatro balas en su pecho. Aquel presunto cadáver fue lanzado, junto a sus compañeros de combate, en una pila de cuerpos sin vida.

 

“De pronto me desperté y todo era confuso. Estaba muy oscuro. Sentía mucho dolor en el cuerpo. No entendía lo que pasaba. Por un momento pensé que seguía en Miraflores. Con mucho esfuerzo logré salir de la mortaja. Me tocó pasar por encima de muchos cadáveres antes de poder pedir ayuda”. Era un soldado.

 

No es lo mismo leerlo que escucharlo de los propios labios de quien había vivido semejante pesadilla. Afectos y opositores al chavismo guardaban silencio, un silencio pesado, acalorado, sórdido. Enfundó su arma y partió.

 

Muchos cambios se dieron en el Inces. Las normas se cumplían porque sí. Quizá leyenda urbana, un día encontró a un trabajador fumando en la plazoleta del Inces, cerca de Acción encadenada, estatua de Aristides Maillol, mejor conocida como La Negra. Lo hizo detener por el personal de vigilancia, acto seguido llamó a Talento Humano y ordenó su destitución inmediata. Dicen que al vicioso ni siquiera le permitieron subir a la oficina a buscar sus pertenencias.

 

Después de aquel día se veía una larga fila de hombres y mujeres fumando en el paredón que está frente a la salida lateral del Inces. Nunca nadie se atrevió a encender nuevamente un cigarrillo dentro de los límites de la institución.

 

Con mano dura comenzó a dirigir aquella casa formativa. Y un día, con una comisión que él escogió personalmente, y de la cual formé parte, el Inces se fue a Cuba con el objetivo de conocer la experiencia y metodología aplicada en la isla para alfabetizar a toda la población.

 

Un Otaiza atento estuvo siempre al lado de Fidel Castro. Escuchando cuanto la figura histórica tenía para decir sobre la alfabetización y su importancia para los pueblos. Un año y pocos meses después, Venezuela era declarada por la Unesco como “Territorio libre de analfabetismo”, todo gracias al tesón de aquel hombre que le puso alma y corazón a la misión encargada por su líder, Hugo Chávez.

 

Entre otros logros, recuperó el complejo vacacional Los Caracas, y allí, la emblemática piscina de agua salada, donde con frecuencia se le veía bracear una y otra vez. Cuando salía, las cicatrices en su cuerpo confirmaban lo que aquella noche contó. Era un sobreviviente. Casi un resucitado.

 

Pero no era inmortal. Siempre se sintió perseguido, vigilado, y los hechos parecieran darle la razón. El 26 de abril de 2009 su cuerpo sin vida, con cuatro disparos, fue hallado en El Hatillo. Sus días habían terminado, y con ellos, su lucha y deseo de ver un patria libre y socialista para todos los venezolanos.

 

¡Paz a su alma!