** Desde aquellos planes conspirativos, protagonizados por los criollos contra la corona española, Simón Rodríguez supo que su destino estaba marcado por la acción puramente intelectual
FREDDY MARTÍNEZ
Estamos en la semana conmemorativa del nacimiento del maestro y filósofo caraqueño Simón Rodríguez, (1769-1854) o de Samuel Robinson, nombre este último adoptado a mediados del año de 1797 cuando el joven Rodríguez aventuraba los 27 años de edad. Eran momentos cuando hablar de emancipación o de acercamiento a las doctrinas republicanas, originadas desde la Revolución Francesa, eran sinónimo de una decapitación segura.
El contexto que marcó las primeras décadas de su vida era el de un entorno citadino donde se conspiraba a baja voz desde cualquier lugar cerrado. Pero Rodríguez entendió que no era un hombre de fusiles, su lugar y espacio estuvo en las originales ideas que comenzaron a surgir de su propia visión y observación de la sociedad colonial.
Las autoridades realistas en Caracas advertían sobre acciones subversivas contra el sistema colonial y en ello figuraba la conciencia republicana de Simón Rodríguez, quien ya para el momento había leído a los filósofos de La Ilustración (Jean-JacquesRousseau) y particularmente la obra Emilio o De la educación, entre otra literatura considerada como revolucionaria, la Declaración de los Derechos del Hombre y los Ciudadanos, obras fundamentales que lo invitan a escribir, con apenas 24 años, un ensayo sobre temas educativos titulado: Reflexiones sobre los efectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento escrito que sintetiza la precaria situación de la escuela en la colonia, para lo cual el joven proponía la profesionalización de los docentes, la importancia del trabajo manual y la necesidad de que todas las castas pudieran acceder a la educación primaria.
Asimismo, Rodríguez en sus Reflexiones instaba a las autoridades coloniales, mayores recursos para la ejecución de este plan educativo integral que incluía la apertura de nuevas escuelas con su respectivo mobiliario, además, pensaba que se debían nombrar nuevos maestros para la ciudad, con horarios de jornada escolar acordes, donde se incluía un régimen de premios y castigos así como las funciones y los deberes de sus directores.
Pero como estaba previsto, a las autoridades no les interesó el proyecto y fue de plano rechazado, tal vez por considerarlo como un plan en extremo revolucionario para el sistema colonial imperante. Algunos historiadores y cronistas coinciden en que este fue el hecho capital que motivó a Rodríguez a huir literalmente de Venezuela y así buscar otro destino que correspondiese a sus proyectos republicanos y de libertad.
Ya concretada la fuga del país, pues estaba en una lista de solicitados por las autoridades, Rodríguez cambia de nombre y de ahora en adelante utilizará en su exilio el heterónimo (nombre adoptado) «Samuel Robinson, hombre de letras, natural de Filadelfia», identidad que mantuvo durante su permanencia en Europa por más de treinta años.
Hoy, a 249 años de su natalicio, el mejor homenaje que podemos hacerle a su memoria republicana es ir a las fuentes originales de su obra ensayística que integran varios temas de pensamiento, como la noción de República, la educación, la política, la economía y el trabajo, lo social, Simón Bolívar y la independencia, las naciones americanas, entre otros temas pertenecientes a su original ideario filosófico.
Alfonso Rumazo González, un educador que se dedicó a la formación humanística en la UCV durante décadas, señala que, en ese sentido, Simón Rodríguez es un escritor en permanente ejercicio de la simultaneidad, dice que en cada una de sus obras trata de decirlo todo a la vez, pero sin caos, «con el ordenamiento lógico del océano», aconseja Rumazo González que para comprenderlo hay que clasificar sus ideas en temas.
Sobre la educación, un principio desconocido en su época, Rodríguez establece algunas diferencias semánticas propias de su pedagogía expresada en aforismos (frase o sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte) que «instruir no es educar, ni la instrucción puede ser un equivalente de la educación, aunque instruyendo se eduque», y comenta: «enseñen y tendrán quien sepa; eduquen y tendrán quien haga». Sobre el doble rumbo, «la teoría y la práctica: Esta distinción enjuicia directamente el problema de la niñez y la juventud», «instruir es ofrecer conocimiento, de saberes; mediante la información se graba aquello que se ha ignorado; en contraste, educar implica ir de lleno al hombre integral, y no solo al hombre pensante». «El individuo poseído de grandes apetencias germinativas, será ciudadano útil».
LT.