** Primera entrega
Por: Ivaldo Rodríguez
A propósito de la proximidad del 61 aniversario del Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces), estaremos ofreciendo cuatro trabajos especiales que serán expuestos en estos espacios donde abordaremos importantes instancias en la historia, evolución, replanteamiento ideológico, producción y hasta la adaptación hacia la formación a distancia, principalísima metodología en la que el instituto ha demostrado su ajuste a inevitables circunstancias como el COVID 19. Hay una realidad elocuente: el Inces ha sabido flexibilizar sus métodos y visiones para proseguir en su propósito de estructurar mano de obra necesaria para el engrandecimiento de la nación.
El instituto inicia justificando su presencia
Su génesis es conocida, el Inces es un organismo autónomo con personalidad jurídica y patrimonio propio, adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Educación, (aún cuando ha pasado por otras carteras ministeriales), creado por Ley el 22 de agosto de 1959 y reglamentado por Decreto el 11 de marzo de 1960 bajo la denominación de Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE). Posteriormente, en el 2003, de acuerdo con Decreto publicado en la Gaceta Oficial Nº 37.809 de fecha 03 de noviembre, se reforma el reglamento de la Ley del INCE.
Una institución como esta, estaba obligada a nacer. Era muy necesaria como lo sigue siendo la formación de la mano de obra técnica y especializada que impulse la producción, industrialización y el fortalecimiento de la manufactura nacional que genere la potencialización de la clase obrera-laboral.
Los primeros planes institucionales giraron en torno al apoyo a la Juventud desocupada, a la creación del emblemático Programa Nacional de Aprendizaje (PNA), la certificación ocupacional, la atención al analfabetismo, el desarrollo agroindustrial, la metalmecánica, construcción, textil, turismo y de especial manera la formación en empresas con distintas modalidades.
El INCE proyectado por el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, personaje que demostró en su vida su gran preocupación por la educación, se erige fundamentalmente como una necesidad frente a la realidad social que vivía el país durante esos años. A decir de su padre fundador las condiciones socioeconómicas en ese momento, pese a las grandes inversiones en infraestructura hechas por el régimen dictatorial –de las cuales aún hoy en día disfrutamos a pesar de su deterioro– , aún estaban muy lejos de ser adecuadas para una gran parte de la población, y en ello la educación era uno de los ámbitos más relegados.
Para 1958 existían más de dos millones de adultos analfabetas y un volumen también muy importante de niños fuera del sistema educativo, producto, entre otras razones, de una escasa infraestructura educativa. Los registros indican que solamente alrededor de seis mil jóvenes asistían a escuelas técnicas.
El año de fundación del INCE está marcado por el inicio de una nueva etapa para el país con el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El proyecto original propuesto por el maestro Prieto Figueroa ante el Congreso de la República de ese entonces, estaba enmarcado en la idea de la educación popular. Ello se traducía en que no tenía como único objetivo el desarrollo de la formación profesional, pues la propuesta se enmarcaba dentro del proceso democratizador del país. Estos movimientos de educación procuraban promover la enseñanza básica focalizando la atención hacia los sectores populares, con la finalidad de educar al pueblo y así ampliar sus derechos. De esta manera se lograba una mayor participación ciudadana en los desenlaces políticos nacionales y por lo tanto se sembraba para cosechar la consolidación del sistema democrático en el futuro.
Para llevar adelante este proyecto se necesitaba el concierto de varios actores: los sindicatos, los empleadores, el Estado y los educadores. Se trataba de una experiencia realmente innovadora, no solamente en materia de formación técnica, también en términos de enseñanza y de inclusión educativa de la población. El instituto desplegó centros de formación por toda la geografía nacional y de alguna manera se masificó una formación profesional no bien conducida, desaprovechada e insuficiente para los retos que estaban por venir.
Los cambios en las realidades sociales nos frenaron; caímos en un deterioro social. El venezolano asistió con estupor a un protagonismo cada vez más invasor de grupos sociales preñados de privilegios que se desmarcaron de la integridad y la virtud ciudadana. Llegó la corrupción y con ella la impunidad. A la democracia incipiente comenzaron a vérsele costuras. La masa de excluidos crecía y la producción nacional se desvanecía. El Inces se encaminaba como un tren sin freno a convertirse en una fábrica de mano de obra barata para el empresario y además sin salidas hacia un crecimiento emprendedor. El pueblo estaba atrapado en su capacitación y su instituto salvavidas tenía muy poco por hacer.
Las realidades nacionales nos impulsan hacia la producción y el “aprender haciendo” se establece como punta de lanza institucional. Llega la hora en que el contexto obliga a los cambios y apuntaba hacia la incursión progresiva en los sectores populares. El Inces se replantea su ideología y visualiza una actividad más pertinente y necesaria hacia las grandes mayorías. Todos tenemos derecho a formarnos para el trabajo y encaminarnos hacia una vida liberadora y consecuente con la realidad.
De esto estaremos profundizando en la próxima entrega: las misiones y las transformaciones ideológicas que nos adaptan a nuestra realidad social y nuestras necesidades económicas