La enorme figura de Maestro / Por: Alexander Torres Iriarte

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** “Porque tu enorme figura siempre se ha levantado en defensa / de la ternura de la alegría que deben tener en alma / todos los hombres que luchan por la vida”. Ali Primera

ALEXANDER TORRES IRIARTE
La Venezuela de comienzos del siglo XX donde nace Luis Beltrán Prieto Figueroa abrevia le fin de un siglo y el despertar de una nueva generación. El Liberalismo Amarillo, como modelo político quedaba atrás después de la irrupción de los andinos en 1899. El monocultivo, las crisis cafetaleras y la búsqueda desesperada de financiamiento exterior con tono muy dependiente siguen vigentes. Resalta en esta difícil hora, además de la Revolución Libertadora, el bloqueo de sufrió el país en 1903 por parte de las principales potencias extranjeras del momento. La causa aparente de la nombrada intervención fue la reclamación del pago de la deuda que Venezuela había acumulado a lo largo de su vida como república, pero todo apunta a ser una consecuencia del choque de intereses interimperialistas -de la debacle europea y la emergente potencia norteña y su disposición de crear en esta zona su “patio trasero”- en la que Venezuela era un apreciado tesoro.

 

La humildad material y de temperamento fueron dos signos definitorios del carácter de Luis Beltrán Prieto Figueroa. Sus logros políticos, magisteriales y hasta literarios en ningún momento le hicieron perder sus raíces populares. Lejos del Maestro estaba el engreimiento de quien viniendo de modesta cuna pudo tocar la cúspide de la fama y el reconocimiento. Y en este asunto hay que ser reiterativo en virtud de la fauna de políticos venezolanos que una vez que salen al balcón de la notoriedad pública al mismo tiempo olvidan quienes lo llevaran a tal pedestal.

 

Su alumbramiento en La Asunción (Nueva Esparta, Margarita) el 14 de marzo de 1902, en un hogar limitado económicamente, es más que ilustrativo. Desde la más tierna infancia tuvo el modelaje de sus progenitores, molde virtuoso en el que el valor de servir tuvo importancia superlativa, dimensión axiológica consustanciada con una profunda convicción de que la mejora colectiva es un compromiso existencial, orientación vital que sostendrá siempre. Rastrear la procedencia social de su padre Loreto Prieto y de su madre Josefa Figueroa, -con sus autodidactismos y sus desprendimientos por el medio- corrobora esta afirmación. Pero también, por sus estudios primarios y secundarios en la Escuela Federal Francisco Esteban Gómez y en el Colegio Federal, respectivamente, nos percatamos de su origen modesto. Lo más notable de Luis Beltrán Prieto Figueroa fue su ansia de superación en un medio donde todo parecía conspirar para que el futuro educador no coronará sus anhelados sueños. Muchas y distintas son las jocosas anécdotas de Luis Beltrán Prieto Figueroa siempre columbrado como un hombre persistente, sabio y de excelente humor.

 

 

Desde el comienzo, sus difíciles pasos lo llevaran a Caracas, ciudad donde cierra sus estudios básicos en el liceo Caracas, a los 25 años de edad. Todo posible obstáculo de un hogar privado de comodidades materiales no fue óbice de su tozudo propósito: para 1934 Luis Beltrán Prieto Figueroa se titula Doctor en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Central de Venezuela. Guillermo Duque nos dice:

“Si bien Prieto Figueroa incursionó formalmente por el estudio de las leyes, fue el universo educativo su pasión más vehemente. En 1932 fundó la Sociedad de Maestros de Instrucción Primaria. Junto a Miguel Suniaga, Alirio Arreaza, Luis Padrino, Gustavo Adolfo Ruiz, Cecilia Núñez Sucre, Mercedes Fermín, Cecilia Oliveira, ilustres educadoras y educadores, Prieto Figueroa constituye la primera organización gremial de maestras y maestros animados por la reforma de la escuela tradicional venezolana según las orientaciones pedagógicas de la Escuela Nueva basadas en la libertad del niño, el respeto a su persona, la libertad de creación y estudio según sus interés cognitivos, sociales y emocionales; a lo que habría que agregar su educación con un espíritu comunitario, de servicio social y a la acción concertada de la escuela en la comunidad. En estos no tenía cabida la escuela castigadora, memorista, ciega a la realidad psicosocial del niño, separada de la comunidad y los intereses nacionales. Era necesario reformar la escuela venezolana para la cual se hacía ineludible la formación profesional del magisterio y sus instituciones; esa fue la prédica que llevaron por muchos años a las escuelas de Venezuela.”

 

Luis Beltrán Prieto Figueroa echó las bases y fue el primer presidente de la Federación Venezolana de Maestros en 1936. Eran los años en los cuales los lectores de la página “La escuela, el niño y el maestro” rubricada por el gremialista margariteño, -artículo publicado por el diario Ahora, de Caracas- leían con entusiasmo sus disquisiciones sobre temas orientados a la concientización de los venezolanos y su élite ductora sobre la sensible tarea de crear ciudadanía, en un momento en el cual en Venezuela se hablaba de una asfixiante “crisis de pueblo”.

 

Su acercamiento al mundo político lo hizo como uno de los progenitores del partido de Acción Democrática en el año 1941. También se cuenta entre los integrantes de la Junta Revolucionaria de Gobierno que emergió una vez derrocado el presidente Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945. Tres años después, fue designado por el presidente Rómulo Gallegos, Ministro de Educación. Producto del golpe de estado del 24 de noviembre de 1948, Prieto Figueroa sufrió el ostracismo del gobierno militar. Su forzado interregno en exterior fue caldo de cultivo para sus prolíficas actividades e innumerables aportes fuera de nuestras fronteras. Fue profesor de la Universidad de La Habana (1950-1951), asimismo, fue jefe de misión al servicio de la Unesco, primero en Costa Rica (1951-1955) y después en Honduras (1955-1958).

 

Una vez depuesto el régimen de Marco Pérez Jiménez, en 1958 retorna a Venezuela. En 1959 fundó el Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE). Y sobre este aspecto que hacer un inciso.

Al evaluar la concepción política prietista no nos debe sorprender su empeño en la creación de una institución pionera en la educación laboral del venezolano. Sólo en este marco mayor, como fue su duro exilio y la coyuntura económico-social de los años 50, es que se puede entender el nacimiento del Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE) como expresión concreta de la visión progresista y democrática que caracterizó el pensamiento y la acción de Luis Beltrán Prieto Figueroa. De tal modo que, el INCE surge como una demanda fáctica del cuadro económico de la Venezuela postperijimenista nunca divorciada del contexto exterior, escenario en el cual nuestro país se inscribía como Estado capitalista dentro del bipolarismo emergente. El bajo drástico y prolongado del precio del petróleo, y por ende del ingreso nacional, aceleró la escogencia de la estrategia internacional direccionada por la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL) definida como “sustitución de importaciones”. Esto se traducía, que una vez diagnosticadas nuestras taras y debilidades seculares -pervivencia del latifundismo, administración pública obsoleta, pobreza generalizada, monoproducción, educación desfasada, subdesarrollo, etc.- se proponía un programa de acción inmediata acompañada de distintas reformas de nuestros sectores productivos. En la práctica, – teniendo en cuenta la crisis de 1929 y el nuevo orden mundial posbélico de 1945-, el reacomodo de las fuerzas capitalistas imponía un nuevo Modelo de Acumulación y de División Internacional del Trabajo bajo la lógica centro-productor y periferia-consumidora. Para el funcionamiento efectivo de esta lógica de la dependencia, había que preparar las condiciones óptimas para la transferencia de energías, mercancías, y comercios. Esta situación no hay que perderla de vista como teatro de las circunstancias globales en el cual está enmarcado la fundación del INCE, ésto sin menoscabo del esfuerzo técnico-educativo que en casa hiciera Luis Beltrán Prieto Figueroa a comienzos de los años 60 del siglo XX. Si bien el Nuevo Ideal Nacional como bandera política de la dictadura derrocada el 23 de enero de 1958 había alcanzado notables logros en sus megas construcciones y obras de altísima ingeniería, en el campo educativo y técnico venezolano el panorama no era igual de halagüeño. Al finiquitar la década militar la existencia de más de 2 millones de adultos analfabetas sin contar a los excluidos del aparato educativo, el fuerte desempleo, y la menguada mano de obra técnica venezolana, es más que ilustrativo en este sentido. Una vez concluida la conculcación de derechos civiles y fiel a su proyecto político a favor de una educación de masas, Prieto Figueroa enfila sus baterías para la creación del INCE. Ya desde su exposición ante el Congreso de la República de los años cuarenta del siglo XX había enfatizado el carácter democratizador de la formación profesional de las mayorías. De tal modo, que creer que el único interés de Prieto Figueroa era la preparación técnica de todos los venezolanos sin la edificación de ciudadanía es una incomprensión de su filosofía profunda, es una mirada mutilada de una visión más amplia y liberadora. Bien sabía este polémico Maestro que la educación era la vía expedita para la participación efectiva de los sectores populares en la dinámica política nacional, mas cuando los analfabetas estaban relegados de votar, al margen, legalmente, de toda garantía de inclusión social. Si se educaba al venezolano se incorporaba tanto al sistema productivo como al libre ejercicio de sus derechos civiles. El acento estaba el hombre, lo que redunda en la concepción humanista de su ideólogo. Uno de sus propósitos principales del INCE era reducir el analfabetismo, así como la capacitación agrícola e industrial de la juventud, problemas puntuales que tenían que ser superados urgentemente. Para poder consolidar tan ambiciosa misión se requería con prontitud el concurso de tres actores principales: los sindicatos, los empleadores, y el Estado. En tal sentido, la fundación del INCE el 22 de agosto de 1959 marca un hito de grandes proporciones en el devenir contemporáneo venezolano. ¿Quién formaría el personal especializado que requiere el país? ¿Quién proporcionaría las herramientas efectivas a esos hombres y mujeres que requieren perfeccionar sus labores dentro de sus sitios de trabajo? ¿Quién entrenaría a los menores desempleados en nuestros campos y ciudades? Las respuestas a estas interrogantes nos remiten al fin último del INCE.

 

En la primera década de los años sesenta Luis Beltrán Prieto Figueroa estuvo al frente del Congreso Nacional. Por diferencias con Acción Democrática fundó en 1967 el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), compuesto por la fracción progresista del partido blanco. Y en este aspecto hay que ser enfático: el alejamiento de Prieto Figueroa de Acción Democrática desborda el incidente electoral de finales de los años sesenta. Si bien el Maestro fue objeto de una gran injusticia, por su otrora hermano político Rómulo Betancourt, en el fondo se habían desarrollado en estos dos importantes dirigentes de maneras diametralmente opuestas de entender la democracia y de concebir el compromiso político. Este divorcio programático se ve fácilmente en temas claves como el peculado, atravesando el ámbito educativo, hasta llegar a al sancionamiento de efectivas leyes para asistir nuestros campos. Existía, entonces, diferencias de contenidos y hasta doctrinarias que pronto harían explosión.

 

Abundantes y variados fueron los libros que escribió Luis Beltrán Prieto Figueroa. Sus temas de interés siempre oscilaron de lo político y educativo, sin descuidar la poesía. En 1984 se incorporó como individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua. Luis Beltrán Prieto Figueroa falleció en Caracas el 23 de abril de 1993.