** A 251 años de su natalicio en la capital de la pequeña Venecia
*** Hagamos un ejercicio didáctico para conocer la visión del mundo que el gran Maestro poseía, y observemos algo de su relación con su paisano y alumno predilecto, Simón Bolívar y esa particular relación de instructor y discípulo que no hizo más que agigantarse con el paso del tiempo. El Inces basa mucho de su filosofía en este insigne sabio de la educación…
Por / IVALDO RODRÍGUEZ
Nace en Caracas Simón Rodríguez, este ejemplar venezolano, de padres desconocidos, el 28 de octubre de 1771 (251 años). Su carácter, nada común, lo lleva a quitarse el apellido paterno, el adoptivo y a quedarse solo con el de su madre.
Bien vale, para adentrarnos en el pensamiento del futuro Samuel Robinson, refrescar algo de su relación con el joven y próximo Libertador. Es sin duda una manera de descubrirle en su apasionado modo de vivir y pensar.
Se caracterizará toda su vida por seguir apasionadamente su ideal de pensar y enseñar en libertad plena. Su vida estuvo dominada por la pasión de las letras.
El primer contacto de los dos simones se produce cuando Rodríguez es contratado por Feliciano Palacios, abuelo de Bolívar, para que en su propia casa le sirva de instructor. Su manera de enseñar fue distinta a todo lo tradicional. Era en el campo, frente a la naturaleza, lo cual servía para el espíritu, para la fortaleza del cuerpo y para el conocimiento de las cosas que nos rodean.
Hace su tarea principal: independiza a Bolívar, lo divorcia de la realidad tradicional y lo acerca a la verdad futura; le ayuda a conseguir la perspectiva propia de un creador, a intuir su faena y a calcular las fuerzas de sus auxiliares y sus enemigos. Simón Rodríguez llama a Bolívar a ser terriblemente cuerdo entre aquellos mediocres que se autoestiman depositarios del buen juicio y de la sensatez. Le transmite oralmente, cuanto el discípulo puede asimilar. Y le obliga a leer a los grandes autores clásicos como Plutarco y a los modernos como Rousseau.
Simón Rodríguez, además de su conocimiento y talento como educador, sintió también la inquietud de la Libertad; participó en el movimiento revolucionario de Gual y España, y complicado en esta tentativa de independencia, abandonó el país.
La amistad entre ambos se hizo muy estrecha como lo refleja esta pequeña misiva: “Usted, maestro mío, ¡cuánto debe haberme contemplado de cerca, aunque colocado a tan remota distancia! ¡Con qué avidez habrá usted seguido mis pasos, dirigidos muy anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”.
“A Bolívar le dije que si no tenemos ciudadanos para hacer república podríamos quedarnos en Monarquía. Inventamos o erramos. Por supuesto lo comprendió más aún, cuando le dijo: que el hombre no es ignorante porque es pobre, sino todo lo contrario”.
Samuel Robinson le razonó a “simoncito” que instruir no es educar; ni la instrucción puede ser un equivalente de la educación, aunque instruyendo se eduque. Y además, el título de maestro no debe darse sino al que sabe enseñar, esto es al que enseña a aprender; no al que manda aprender o indica lo que se ha de aprender, ni al que aconseja qué se aprenda. El maestro que sabe dar las primeras instrucciones, sigue enseñado virtualmente todo lo que se aprende después, porque enseñó a aprender.
Le inculcó la necesidad que tenía de enseñar a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el porqué de lo que se les mande hacer; se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, no a la costumbre como los estúpidos.
El Libertador aprendió rápido a ser veraz, fiel, servicial, comedido, benéfico, agradecido, consecuente, generoso, amable, diligente, cuidadoso, aseado; a respetar la reputación y a cumplir con lo que promete.
Robinson insistió hasta el cansancio en que el que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra. Allí desencadenó su sana rebeldía. Y Simoncito comprendió rápido que nadie hace bien lo que no sabe; por consiguiente nunca se haría república con gente ignorante, sea cual fuere el plan que se adopte.
Bien vale cerrar con esta premisa sin desperdicio:
Es siempre una temeridad pretender deslindar el pensamiento práctico y pedagógico de Simón Rodríguez, el pensamiento del visionario, del peregrino, del que enseña con la práctica (aprender haciendo), del innovador, del de todos los hombres que vivieron a la vez en aquel cuerpo pequeño. Es mucho lo que se debe continuar hurgando, es mucho lo que de él aún debemos aprender. Invitémonos a intensificar urgentemente su búsqueda, pues como él afirmó en 1805; “ ha llegado el tiempo de enseñar a los hombres a vivir”.