**13 de octubre 1822 el Libertador Simón Bolívar demuestra su talento poético, literario y apasionado, dejando una profunda reflexión sobre el universo y el tiempo
RODIN BUSTILLOS
El Libertador escribió Mi Delirio Sobre el Chimborazo, una de las piezas más emblemáticas del romanticismo venezolano en el siglo XIX, que resalta por ser el único escrito de Bolívar bajo el género de la poesía. En ella, el Libertador describe de forma espléndida y con gran belleza, los acontecimientos ideológicos por los que pasó y su posible solución simbólica.
El poema relata en la primera parte la ascensión al Chimborazo. En la segunda resulta más dramática, porque proporciona una solución llena de símbolos, al terrible y pavoroso drama aludido. Además, este poema una de las piezas representativas de nuestro primer romanticismo.
Con Mi delirio sobre el Chimborazo, Bolívar entró en todas las antologías; además, es un poema inspirado en la vida y en la obra del propio autor.
El historiador británico John Lynch, en su biografía Simón Bolívar expresó: “Siguiendo los pasos de La Condamine y Humboldt, Bolívar subió a la montaña de 6.267 metros, donde experimentó un extraña transformación de carácter espiritual: de pie en lo alto del mundo, vio una aparición que le enseñó la historia del pasado y los pensamientos del destino”.
Poseído por el dios de Colombia, el Libertador estuvo sumido en este delirio, hasta que la poderosa voz de Colombia lo despertó. Luego, en un estado de hiperconciencia, describió la experiencia en Mi Delirio sobre el Chimborazo, un documento en apariencia tardío y publicado póstumamente. ¿Es cierta esta historia? ¿Es el texto un relato auténtico de un hecho real? ¿O se trata en cambio de un ejercicio de ficción literaria realizada por el mismo Bolívar? ¿O de una metáfora sobre la transfiguración del nuevo salvador sobre una montaña americana, inventada por un devoto temprano del culto de Bolívar?.
La mayoría de los estudiosos bolivarianos consideran la composición auténtica. Para algunos es una revelación del verdadero Bolívar. Con todo, el escrito continúa siendo un misterio, y la ausencia de testimonios que corroboren su autenticidad y de referencias contemporáneas invita a adoptar una posición agnóstica al respecto”. (John Lynch, Simón Bolívar, 2006).
Hoy el pueblo venezolano retoma el espíritu libertario retratado en esta excepcional obra, alegoría de la causa independentista, que refleja el ideal revolucionario de la Unión Suramericana de los pueblos.
Mi delirio sobre el Chimborazo
Yo venía envuelto con el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo.
Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguilas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que puso la mano de la Eternidad en las sienes del dominador de los Andes.
Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales; ha surcado los mares dulces; ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo, no ha podido detener la marcha de la Libertad. Belona ha sido humillada por los rastros de Iris, y yo no podré trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?
¡Si podré!
Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, pasé sobre los pies de Humboldt, empañando aun los cristales eternos que circuyen al Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: y con mis pies los umbrales del abismo. Un delirio febril embarga toda mi mente: me siento como encendido de un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.
De repente se me presenta el Tiempo, bajo el semblante venerable de un viejo cargado de los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano. –«Yo soy el padre de los siglos, me dice, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio, los señala el Infinito: no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la muerte: miro lo pasado, miro lo futuro, y por mi mano pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees acaso que el Universo es algo? ¿Que montar sobre la cabeza de un alfiler es subir? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a los sucesos? ¿Pensáis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Imagináis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano».
Sobrecogido de un sagrado terror, ¿Cómo, ¡oh! Tiempo, –respondí– no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino el Universo con mis plantas: toco al Eterno con mis manos, siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos: estoy mirando de una guiñada los rutilantes astros, los soles infinitos; he visto sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los libros del destino.
«Observa –me dijo–, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres». El fantasma desapareció.
Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. Al fin, la tremenda voz de Colombia me grita: resucito, me siento, abro con mis propias manos mis pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.