** Una reflexión a propósito del natalicio de Simón Rodríguez
LUIS ANGEL
Hay un elemento de deuda que pesa sobre toda Venezuela, una deuda contraída por nuestros próceres, políticos, docentes y por la sociedad en general, no solo criolla sino incluso por la de la gran patria latinoamericana. Una deuda de utopía contraída con un loco desde hace más de dos siglos.
Simón Rodríguez, quien en opinión del Libertador fue el “Sócrates de América”, fue tildado por sus enemigos y críticos como “El Loco”, por esto de plantear cambios profundos en el modelo educativo y productivo de las colonias (y, por supuesto, por afectar intereses económico de las oligarquías coloniales). En la mayoría de los casos es recordado únicamente como el “Maestro de Bolívar”, honor inmenso pero que simplifica en demasía su rol en la Independencia de América, y su infructuoso empeño en conseguir una segunda independencia: la económica. Y por si no nos siguen, esa es la gran deuda con el loco.
El maestro Rodríguez era un sujeto que formaba para el mañana (tanto así que, tras doscientos años, siguen vigentes muchas de sus enseñanzas). Impulsó a los niños a ser preguntones, a romper con los esquemas establecidos y a aprender un oficio productivo como carpintería, albañilería o herrería; oficios considerados “viles” por los educadores coloniales, pero que el maestro justificaba diciendo que con tierras, maderas y metales se realizan las cosas más necesarias, y las operaciones mecánicas del sector secundario dependían de los conocimientos en estos campos. Educación en teoría y práctica que además era inclusiva al romper el molde al acercar a las niñas, indios, pardos y pobres a las aulas de clases.
¡Oficios viles! Ja, pues ojalá nuestra sociedad le hubiese parado menos a esas viejas costumbres. Ojalá le hubiese tenido menos miedo a ensuciarse las manos, a aprender desde el quehacer, a formarse en estos oficios “viles”. Tal vez así no hubiésemos caído en un ciclo de errores de desbaratar las cadenas productivas durante dos siglos. Eslabón por eslabón.
Y no es exageración pues ya para la fecha Rodríguez reflexionaba con la siguiente frase: “En el sistema anti-económico (propiamente llamado de concurrencia y oposición) el productor es víctima del consumidor, y ambos lo vienen a ser del capitalista especulador… Cada uno para sí y Dios para todos (es su máxima) sin advertir que el Dios para todos social quiere decir que cada uno piense en todos si quiere que todos piensen en él”. Bastante cercano a nuestra realidad, ¿no es así?
Sin duda era un docente extravagante, de pensamiento único y original; de esos que de estar en la actualidad instruiría de filosofía a través de las redes sociales y los memes; y enseñaría de oficios productivos desde un conuco escolar o reparando una mesa-silla. Tanto era su atrevimiento que llegó a enseñar de anatomía utilizando su cuerpo desnudo para ilustrar sus clases, hecho que rescata el chileno José Latarria al escribir “Es fácil concebir la inagotable hilaridad que debía producir esta singular resurrección del liceo griego en una sociedad semibritánica”.
Preparaba desde las bases la segunda Independencia, y mucho le insistió a Bolívar sobre la revolución económica, hecho en el cual el Padre de la Patria se mostró siempre consciente y en deuda. El maestro expuso muchas veces sus fundamentos y decía: “Si los americanos quieren revolución política… hagan una revolución económica y empiécenla por los campos —de ellos pasarán a los talleres de las pocas artes que tienen— y diariamente notarán mejoras, que nunca habrían conseguido empezando por las ciudades”…
¡Que malos estudiantes hemos sido! De esto no hay duda, y lo peor: capturados copiando y con una chuleta chimba. Desde aquí se escucha a Rodríguez llamando a la sociedad a no imitar servilmente sino a ser originales, nos prevenía del peligro de imitar, porque hasta las malas costumbres se copian. Y añadía finalmente que si algo copiabamos fuese la originalidad de esas sociedades al decir: o inventamos o erramos.
No se trata de ir inventando y viendo si erramos o no, sino del hecho de que si no innovamos, si no emprendemos y nos atrevemos a inventar, comentemos un error mayúsculo. “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Originales han de ser sus Instituciones y su Gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otros. O inventamos o erramos». Eso decía el Loco, y esa es la deuda que le debemos.